miércoles, 30 de mayo de 2012

¿Qué somos como profesionales?





Bien, a riesgo de ponerme molestamente escatológico voy a comenzar partiendo de un axioma incuestionable: “Una mierda a la que añades caviar no deja de ser mierda” Podría haber sido más fino y utilizar el término “zurullo” pero la imagen mental que tengo del “zurullo” es más rígida en cuanto a su forma. A mí para este caso me parece mejor la mierda, pensando en una con forma helicoidal en cuyo ápice se puede intuir una ligera inclinación aguda propia de un estado que evoluciona hacia la viscosidad. Bueno, si acabas de almorzar, a lo mejor la imagen te ha producido alguna incomodidad. Lo siento.


Aprovechando el significado de mi axioma de cabecera, es lógico concluir (llevado a la realidad empresarial) que un mal profesional en una gran empresa no se convierte en un buen profesional. Veo como frunces el ceño y tu nivel colérico sube. Tranquilidad, no hay que pensar en alusiones personales (¿de momento?). Pero claro, que ocurre si escojo la mejor lata de caviar, la abro con delicadeza y le añado un poco de residuo, por ejemplo, de un bello corderito castellano. Sí, ese que parece un conjunto de conguitos. Pues que es posible que existan personas que, como no han visto mucho el caviar, pensaran que el conjunto es una suerte de plato innovador de la nueva cocina y se liaran a bocados. En este punto tengo que decir que no sé cómo es el sabor de los conguitos ovinos. Es posible que a una temperatura muy reducida y con un buen caviar, pasaran inadvertidos y la resultante gastrointestinal no fuera nociva. En cualquier caso, si tengo que elegir, creo que me decantaría por el último experimento.


Recuperando mi argumentación, entonces, es posible encontrar buenos profesionales en pequeñas empresas que no crean reacciones adversas en sus clientes y problemas añadidos a su entorno. Bastará un poco de práctica para crear algún tratamiento que extraiga lo mejor de los conguitos ovinos. Creo que ahora me estoy volviendo un poco melindroso. No son conguitos ovinos, se llaman cagarrutas de oveja. Voy a dejarme de eufemismos que no quiero que desvirtúen mi tesis.


En la siguiente parte del razonamiento, es necesario, hay que introducir algún otro componente glamuroso. Vamos a mezclar el caviar con un sorbito de un ligero pero seco champán (o cava que no es momento de crear suspicacias). Bien, en esta coyuntura parece que tenemos un maridaje adecuado. Pero… quizás muy socorrido. Le falta originalidad. Vale, voy a tratar de adecuarlo un poco a la moda. Sustituyamos el champán por un gin tonic muy seco. Como ahora, hasta en un bar de pueblo cochambroso encuentras una espléndida diversificación en ginebras y tónicas con diferentes gustos, parece que sería más adecuado. Pero no basta, vamos a diferenciarnos algo (con los riesgos justos). Vamos a utilizar como complemento al caviar un vin-tonic en su variedad cromática más atrayente. Ahora si tengo algo menos habitual. Por tanto la imagen del caviar y el vin tonic resulta ser la de un profesional muy bueno en una empresa muy atrayente.


Recordando un poco de algebra estaríamos ante la combinación de tres elementos tomados de dos en dos (quizás no es así, pido disculpas). Resultante, seis alternativas diferentes (dado que suponemos que el orden de los factores no altera el producto final). Tras pensar en las nuevas combinaciones no aparece ninguna, que cualitativamente incorpore un genotipo nuevo. Esto es, vin tonic con mierda o con cagarrutas de oveja; o mierda con cagarrutas de oveja (esta última pudiera tener cabida en mi análisis pero no voy a ser muy cruel hoy).


Por tanto tenemos tres categorías, donde una de ellas se identifica como la meta deseada. El suculento caviar aderezado con un sorbito de vin tonic. En medio tendríamos al caviar con cagarrutas de oveja. Y en el extremo opuesto el caviar con mierda. ¿Dónde estáis? Y aún más ¿Dónde estaré yo? Bien como en esto se trata de mojarse voy a empezar por mí. A ver, para poder despejar mis dos incógnitas voy a ver si alguna de las dos tiene visos de ser una constante con lo cual haría más fácil la respuesta. Evidencio que mi empresa no es ni caviar ni vin tonic (de mi anterior etapa se cómo distinguirlo) por tanto o es mierda o es cagarruta de oveja. En cualquier caso, en mi empresa el orden y la profesionalidad son de alta exigencia. Vale, si cogiera una mierda me pringaría las manos; si cogiera una cagarruta de oveja es altamente probable que no me pringara (hay que escoger las cagarrutas del día anterior no las recientes). Por tanto mi empresa es una cagarruta de oveja.


Ahora viene lo bueno, como he descartado la combinación de mierda con cagarruta, la única alternativa para mí está clara. Soy caviar o vin tonic que trabaja en una cagarruta de oveja.


Sigamos, vamos a por tu caso. Voy a empezar bien. Doy por su puesto de que eres caviar por tanto tu empresa es o una mierda, o una cagarruta o un genial vin tonic.


En este momento mi respuesta podría ser que tu empresa es una mierda, pero estaría siendo injusto. Como tú empresa suele ser el destino de ingentes cantidades de clientes, donde reinará la pulcritud y la profesionalidad; entonces es un despacho cagarruta de oveja. Ahora bien, como encima está en un edificio señorial o innovador; entonces es una empresa vin tonic. Estás en el sitio ideal.


Claro y todo este rollo para qué. ¿Para algo que era más o menos obvio? Para darnos cuenta que lo mejor de todo, los clientes puede que no estén atendidos. Valoramos a los profesionales por lo que son y donde ejercen su profesión. Pero, ¿valoramos a los profesionales teniendo en cuenta los resultados que se obtienen cuando intervienen?


Planteada esta pregunta, te diré que quiero ser jamón ibérico, con queso viejo de oveja y una copa de vino. Es decir no fallar, dejar un buen sabor de boca y no dejarme guiar por ningún esnobismo.






¿Tú que eres? Y sobre todo ¿qué quieres ser?