jueves, 26 de septiembre de 2013

Comerciando con el peligro (I).



Cuando acabo mi jornada de trabajo procuro abstraerme de las situaciones que se me plantean en el desarrollo de mi actividad profesional. Puede que no tenga esa capacidad suficientemente desarrollada y, en ocasiones, me dedico a reflexionar sobre la mediocridad que veo en diferentes organizaciones. Por otro lado, no me desespero a pesar de que sé que voy a seguir conociendo prácticas peligrosas en las empresas que me impiden “desconectar”.

Mi último “descubrimiento” no es tal, quizás es mejor definirlo como una muestra más de tantas que he visto y que, por desgracia para muchos como tú, me quedan por ver.
Soy de los que piensan que todos tenemos dentro un vendedor. En realidad, de una u otra manera, estamos siempre vendiendo. También es verdad que, en más ocasiones de las deseadas, aparecen “iluminados”.
En una ocasión conocí a un joven que formaba parte de la red junior de ventas en una compañía. Él no se consideraba junior. Yo supuse que era porque él pensaba que tenía un don especial que no le permitía la modestia. Nada más lejos de la realidad, era el hijo del fundador de la compañía.
Realmente la circunstancia familiar del “intrépido” vendedor no era un problema por sí mismo; pero ayudaba (¡y de qué manera!).
El “buen hijo” pretendía desempeñar todos los puestos posibles en la compañía. La verdad es que es una opción muy loable, aunque lo ideal sería que fuera por causa de una planificación para el aprendizaje y no por capricho.  Para él, era la mejor manera de demostrar su dominio sobre las actividades de la empresa a los que, al final, serían sus empleados.
Hubiera sido mejor que su objetivo fuera aprender del negocio, pero…
Con estos preliminares, el joven, un día salió a la búsqueda de clientes. Tenía claro que iba a conseguir un gran contrato, uno de los difíciles y de los rentables. La tipología de cliente que eligió, como no podría ser de otra manera, era “top”, “A”, “Premium”, etc.
Antes de que llegara la mitad de la mañana ya se encontraba desarrollando toda su verborrea con uno de esos clientes. Su tarjeta de presentación no denotaba que fuese un vendedor de la compañía. En ella se reflejaba, nada más y menos, el cargo de consejero. Ya se sabe que el papel lo aguanta todo.
Como consecuencia de la elección del tipo de cliente; la “víctima” del “consejero” era un experimentado profesional con una dilatada carrera.
El joven argumentaba repetidamente y con una locuacidad peligrosa en estas lides.
Al cabo de unos minutos, el argumentario de venta había derivado en que el joven explicaba cómo alcanzaría la máxima responsabilidad en la compañía tras un periodo desarrollando “actividades menores” en las que evidenciaría aquello que se mejoraría en su “mandato”. Mensajes como: “vas a ver como tu satisfacción para con mi compañía mejora”.
La oportunidad para el comprador estaba clara. Tenía delante a un vendedor que, por encima de todo, quería conseguir la venta. Lo importante era la “muesca en el revolver”.
En pocos minutos, el comprador había conseguido un descuento inusual y unas condiciones de pago más que ventajosas.
Todo era posible que empeorase. Así ocurrió. El vendedor, como se sentía “vencedor en la contienda”; garantizó un plazo de entrega de extrema urgencia como “medida de gracia”. ¡Vaya gracia! De su inmodestia surgió el atrevimiento de conceder todo sin valorar más allá de sus narices.
Al día siguiente el comprador, consciente de que la venta del día anterior sería un problema para la compañía y para él mismo, solicitó una entrevista con el director comercial. Al entrar en el despacho pudo apreciar la cara de preocupación y resignación del responsable comercial. La intuición, y las andanzas anteriores del joven, le decían que nada bueno había que esperar de la visita del comprador.
Tras un intercambio protocolario de saludos, el comprador fue al grano. “Ayer hicisteis la peor venta en términos de rentabilidad, financiación y plazo que, seguro, habéis hecho en mucho tiempo. Estoy dispuesto a acordar un plazo de entrega más cómodo para tu empresa si me garantizas que cumpliréis el resto de los extremos del contrato”.
No hicieron falta más palabras, el director comercial extendió la mano y se selló el acuerdo con un apretón de manos.
El comprador, sin embargo, tenía otra petición más. “No deseo perder el tiempo con el fundador de la compañía para hacerle ver lo erróneo de los planes con su hijo, pero si me gustaría que viniese el hijo”. Tras unos minutos, apareció en el despacho el joven vendedor.
Su cara no reflejaba preocupación por la situación, quizás esperaba elogios sobre su labor. Antes de que pudiera saludar a “su cliente”, éste le dijo: “Mira he acordado unas condiciones diferentes para el contrato que formalizamos ayer. No me gusta ver como mediocres como tú arruináis el trabajo de personas honestas y serias como tu director comercial. Si alguna vez sales de esa mediocridad podrás pensar en llegar a cotas más altas; mientras tanto aprende todo lo que puedas de las personas que tienes a tu alrededor y no busques atajos”.
Tengo la tentación de seguir contándote más, pero los hechos que acontecieron después requieren otro artículo. Tienes que madurar lo que has leído.